Opinión Migración 110923

Las boyas que violan nuestra soberanía nacional

La colocación de boyas en el Río Bravo del lado mexicano por parte del gobernador de Texas, el republicano Greg Abbott, atenta contra la soberanía nacional de todos los mexicanos. Bajo ningún motivo es permisible que otra nación haga algo en nuestro territorio sin la autorización correspondiente. Para que se llegara a los límites fronterizos actuales entre ambas naciones se derramó mucha sangre, años de trabajo diplomático para construir legislaciones y acuerdos que facilitan el entendimiento y la cooperación. Es lamentable que el gobernador de Texas insista en que hizo lo correcto e interpusiera una serie de recursos legales para retrasar el retiro del muro fronterizo acuático en el Río Bravo hasta después del 15 de septiembre de este año.

Actualmente, tanto en Estados Unidos (EE. UU.) como México, se vive una crisis migratoria que pone en riesgo a migrantes y personas que habitan en las franjas fronterizas. De acuerdo a datos de la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (COMAR), durante el primer semestre del año, aumentó en un 28% el número de migrantes que cruzan la frontera de territorio mexicano a estadounidense respecto a 2022. Dicho cambio en la tendencia migratoria se dio luego de que en EE. UU. Fue derogado el Título 42, una ley sanitaria promo vida por el entonces presidente Donald Trump, que permitió deportar a casi tres millones de migrantes bajo el argumento de la pandemia de COVID-19. Junto a dicha ley también aumentaron las sanciones a los indocumentados.

Mientras cada día son más las personas que cruzan para el otro lado de manera ilegal, en Estados Unidos aumenta el discurso de odio hacia los migrantes por parte de algunos políticos republicanos que ven en esta problemática una bandera electoral. Otro de los temas que han usado, es el de una posible invasión a México con la finalidad de acabar con los cárteles de narcotráfico y frenar la producción de fentanilo. Llevar a cabo una violación a nuestra soberanía, pasó en poco tiempo del discurso a convertirse en una realidad. Unas semanas atrás escribí en este mismo espacio respecto a las cárceles flotantes para migrantes en Reino Unido, ahora el gobernador republicano de Texas insiste en poner muros flotantes en nuestro país. Algo inaceptable.

La migración es un derecho y la solución de fondo no es tratar a los migrantes como criminales, ¿cuál puede ser su delito?, ¿buscar una vida mejor para ellos y los suyos? Lo que hace falta es atender las causas que los llevan a dejar su tierra, nadie abandona su país sin una necesidad importante. Estados Unidos en lugar de promover golpes de Estado, tal como lo hizo hoy hace 50 años en Chile, debe de ofrecer su apoyo solidario a las naciones más afectadas por la violencia y la pobreza del continente. Acotar las desigualdades por medio de un estado de bienestar social, es la solución a la crisis migratoria que se vive. Por primera vez en la historia las boyas se han ocupado como muros y no para lo que están hechas, que es para salvar vidas.  (Jorge Gaviño, La Crónica, Metrópoli, p. 15)

Cruzar El Darién

El gobierno de Panamá anunció, hace tres días, que empezará a deportar a los migrantes que ingresen al país por la selva del Darién, pero no podrá hacerlo.

En efecto, la evidencia indica que le resultará imposible contener el flujo de migrantes que en lo que va de 2023 asciende a 348 mil personas, lo que equivale a un promedio de mil 400 por día.

Es una cantidad inédita, superior en 100 mil a las 248 mil que atravesaron el Darién en el año 2022.

Las cifras de agosto intensifican la alerta: pasaron casi 80 mil personas, 61 mil adultos y 18 mil niños.

En 2022 se registraron 349 personas fallecidas en esta selva, casi el doble de las 180 víctimas de 2021.

Los desaparecidos también se cuentan por centenas.

Aun así, sigue creciendo el número de quienes recorren en varios días los 100 kilómetros de abundante vegetación, montañas, pantanos y ríos de una selva que está considerada entre las más peligrosas del mundo.

Los migrantes están dispuestos a intentarlo porque huyen de la extrema pobreza y de la violencia, circunstancias que les imponen tanto sufrimiento que llegan a una decisión crucial: para recuperar la vida, hay que optar por el riesgo de la muerte.

Por ello van hasta el Tapón del Darién, llamado así porque es la única interrupción de la ruta Panamericana, la carretera más larga del mundo.

Por tierra, sólo por allí se puede pasar de Colombia a Panamá y de allí a Centroamérica, México y Estados Unidos.

En los flujos de migrantes las autoridades migratorias han detectado 70 nacionalidades, pero sobresalen con mucho los de origen venezolanos y les siguen los ecuatorianos, haitianos, colombianos, cubanos, peruanos.

Pero también se han detectado nacionales de India, Bangladesh, Afganistán, Nepal, Somalia, China, todos dispuestos a enfrentar riesgos mortales.

Panamá, con ayuda internacional, ofrece atención médica y alimentos, pero no hay recurso que alcance, ni siquiera si se complementa apoyos como el de Médicos sin Fronteras, que atienden  a quienes avanzan con enfermedades y lesiones o han sido víctimas de violencia sexual.

En Darién la vida está siempre en suspenso frente a la temperatura, la lluvia, los pantanos, la falta de agua, pero también frente al riesgo de malaria o dengue, picaduras, esguinces y/o fracturas.

En esta selva hay que enfrentar deshidratación, hipotermia, fatiga extrema, agua contaminada, y cuidarse de guías que engañan o abandonan, así como de barrancos y corrientes de agua.

Amenazan los animales, como alacranes y serpientes, pero también el crimen organizado, los traficantes y tratantes, los extorsionadores, que exigen pago en dinero o en servicios sexuales.

A pesar de ello y del anuncio de Panamá de aumentar las deportaciones, por ahora los flujos migratorios seguirán siendo incontenibles, en tanto que los países de origen sigan expulsando a sus nacionales por regímenes autoritarios o ineficientes, así como por pobreza, inseguridad y violencia. (Mauricio Farah, El Heraldo de México, Editorial, p. 16)

La cultura del gesto

En momentos de exacerbación política, una de las expresiones que cobra mayor relieve es la que se refiere a los gestos, actitud que tiene que ver más con la apariencia que con la esencia de una acción con fines políticos. Hay varios ejemplos que pudieran ser ilustrativos, algunos triviales y otros lamentables. Los primeros carecen de mayor repercusión, por lo que el daño o beneficio que pudieran ocasionar es mínimo, pero los segundos producen desenlaces trágicos y se convierten en actos reprobables que en algunos casos ameritan castigo.

Es lo que recientemente sucedió en el río Bravo, en la frontera entre México y Estados Unidos. El gobernador del estado de Texas, Greg Abbott, decidió dar un escarmiento al presidente Biden por la que él consideró una política migratoria de puertas abiertas. El medio que escogió fue la instalación de boyas en el afluente para cortar el paso de quienes pretendían cruzarlo para llegar a Estados Unidos.

El gobernador texano no reparó en que infringía lineamientos acordados en los tratados entre ambas naciones. Además, violó la normatividad estadunidense que establece la política foránea como una cuestión que corresponde al gobierno federal. Un juez ordenó retirar de inmediato las boyas en cuestión, pero no evitó la muerte de dos personas que se quedaron atrapadas en la valla y se ahogaron. El gesto publicitario del gobernador, a sabiendas de que el efecto de la medida para impedir el paso de migrantes tendría pocos efectos prácticos, tuvo una conclusión fatídica.

Sin un desenlace trágico como el de Texas, el alcalde de la ciudad de Nueva York culpó al presidente Biden de la crisis que pasaba por la llegada de cientos de migrantes que la ciudad debía alojar, alimentar y educar, en el caso de los menores. Nuestra ciudad va a ser destruida por la carga que los migrantes representan para sus finanzas y estabilidad social, declaró airadamente en una conferencia de prensa. Independientemente de la pertinencia del reclamo, su gesto puso en la picota a los migrantes y abrió las puertas a la xenofobia en una ciudad que está muy alejada de presentarse con esa característica.

Hay gestos que no necesariamente terminan en tragedia ni crean un ambiente propicio para la denostación de otros grupos sociales. Tal es el caso de las medidas que se instrumentaron para enfrentar la pandemia que asoló recientemente al mundo entero. Dos de esas medidas causaron una airada revuelta en algunos sectores de la población que sintieron su libertad coartada en el momento en que fueron tomadas: la vacunación obligatoria para contrarrestar los efectos mortíferos de la pandemia, y en ese mismo contexto la necesidad de cerrar las escuelas para evitar la propagación del contagio. Ninguna de esas medidas tenía la intención de hacer de ellas una cruzada política que beneficiara la imagen del gobierno o se entendieran como un gesto meramente publicitario. Ambas tenían una base científica, más allá de cualquier pretensión ideológica, religiosa o dogmática, pero surgen en la coyuntura política preelectoral actual cuando las apariencias parecen contar más que la esencia.

Es lamentable que la política como medio para atenuar o disolver diferencias se haya convertido en ribete de lucha libre en un cuadrilátero virtual. Gritería, insultos, vulgaridades y acusaciones sin base alguna han tomado precedente sobre la sensatez y la civilidad. En los momentos en que se disputa el futuro de Estados Unidos, el discurso como medio para exponer planes y estrategias de gobierno se ha convertido en una veta que algunos medios explotan sin importar la coherencia y la veracidad de las noticias. Columnistas serios y respetables paulatinamente escapan a la atención de lectores cuya preferencia es el comentario amarillista y la falsedad, auspiciados por los intereses personales de los señores de los medios.

El complemento perfecto en esta encrucijada han sido las inefables redes sociales, cuyo anonimato e irresponsabilidad pudieran volverlas cada vez más inocuas y prescindibles.

En eso estamos cuando el gesto se ha convertido en esencia y panacea de la comunicación, al menos en política. (Arturo Balderas Rodríguez, La Jornada, Política, p. 14)